RelatoLa acción más valiente puede no ser siempre la más correcta. Todos cometemos errores, pero en la guerra un error puede resultar fatal...



TERCERA PARTE: LA BATALLA DEL ANDUIN

Era de nuevo primavera. Ya casi no me acordaba de mi vida antes de entrar a servir en las guarniciones de Gondor. Toda mi vida era el ejército. Era dura, pero ya me había adaptado a ella. El incidente del intento de tomar la otra orilla había servido para que los orcos reforzaran sus líneas, pero también había servido para que Ingold aumentara su prestigio. Se quejó a los altos cargos del ejército y fue indemnizado. Se le aumentó la paga y se le devolvió el derecho a dirigir una tropa, pero en el interior de una guarnición. Esa tropa, naturalmente, éramos nosotros. Se acabó el entrenamiento....

Al parecer, Ingold perdió ese derecho al realizar una maniobra temeraria en el pasado. Pese al tiempo transcurrido desde entonces, el senescal no le permitía volver a capitanear una guarnición entera. Sin embargo, era uno de los oficiales de la cuarta guarnición, y tenía un regimiento a su servicio, compuesto por diez hombres: Mablung, Ïliath, Grem, Rimmon, Eremir, Cirion, Durkas, Beleg, Arnold y yo.

La vida en la guarnición era peor que en el entrenamiento, pero la íbamos llevando. Un día, nos informaron de que un ejército de Khand se acercaba por el norte, en la ribera oeste. El capitán Faramir pensó en salirles al paso con las dos guarniciones de Osgiliath, pero entonces, los orcos, comandados por Gothmog, iniciaron un ataque desde la otra orilla. Los oficiales se reunieron y decidieron que el capitán Daremir, al que habían trasladado hacía poco desde Harad por conducta temeraria debido a la muerte de su hermano, se quedaría repeliendo el ataque al mando de la decimotercera; mientras que Faramir saldría al mando de Madril, que capitanearía a los montaraces, y Brelion, que era el capitán de la cuarta.

Así que antes del amanecer nos encontramos marchando ordenadamente por la orilla del Anduin, escuchando el estruendo que producían nuestros pasos y el tintineo de las armaduras. Finalmente, nos detuvimos. El río se encontraba a nuestra derecha y un bosquecillo muy denso a nuestra izquierda, de modo que iba a ser muy difícil tomar nuestros flancos. Aún era de noche, y los más veteranos se tumbaron a dormir un poco antes de la batalla. Nosotros hicimos lo propio, pero yo no pude pegar ojo, pues otra vez estaba nervioso, pero además me empapaba el rocío y oía las pisadas el ejército enemigo al pegar la oreja al suelo.
Con las primeras luces llegó a nosotros el fragor de una lucha, que no era otra que las escaramuzas entre los hombres de Khand y nuestros montaraces. Finalmente, nuestros montaraces se replegaron y penetraron en nuestras filas, perseguidos por los jinetes enemigos, pero cuando el último de los montaraces entró en la guarnición, nuestras filas se cerraron como una muralla y nuestros arqueros lanzó una andanada que dispersó a los perseguidores.

En el puesto de mando, situado en la retaguardia, Faramir y los oficiales discutían los últimos detalles. Allí se encontraban Ingold, Brelion, Thréomil, el abanderado, y otros oficiales de menor rango. Todos coincidían en que teníamos un problema, y era que no teníamos caballería. Menos mal que nuestros flancos estaban bien cubiertos. Al final se puso el flanco izquierdo al mando de Ingold, el derecho al mando de Brelion, y el centro al mando de Faramir. Los enemigos ya avanzaban.

Por el centro nos vino la infantería, por el flanco izquierdo nos vino la caballería y por el derecho las temibles Aurigas. La batalla del Anduin había comenzado.

Los catafractos y los arqueros a caballo se nos acercaban a gran velocidad. Nuestros arqueros se dispusieron en tres filas. Mientras la primera disparaba, las otras dos iban preparando sus flechas. Así, nada más disparar una fila, retrocedía hacia atrás, y la última pasaba a ser la segunda, la segunda a disparar, y así sucesivamente, de modo que manteníamos fuego constante sobre el enemigo, que si bien estaban acorazados y nos respondían con más flechas, nuestras rociadas les hicieron mucho daño. Cuando estuvieron muy cerca, nuestros arqueros retrocedieron al centro del flanco, y la primera línea la ocuparon nuestros lanceros. Los catafractos desenfundaron y se abalanzaron sobre nosotros, lanzando un grito en su lengua. Los nuestros hincaron la rodilla en tierra y colocaron las lanzas mientras gritábamos

-¡Gondor!

Algunos de sus jinetes frenaron y nos rodearon, otros se estrellaron contra nuestras tropas y fueron derribados, aunque antes arrollaran a algunos de los nuestros. Los que se detuvieron recibieron una avalancha de lanzadas y flechazos, y muchos salvaron la vida gracias a las armaduras, aunque algunos caballos, heridos, se deshicieron de sus jinetes y se lanzaron contra nuestras filas, o contra el enemigo. Otros, caían relinchando, pisoteándose sus propias tripas. Una flecha pasó rozándome y se clavó en un hombre que estaba detrás de mí, sonando un chasquido repugnante. La sangre me salpicó, pero tenía otras preocupaciones. La caballería nos rodeó y comenzó a acribillarnos a flechazos y a cargar con nuestras primeras filas. Los nuestros respondían, y en medio del caos se oía a Ingold desgañitándose para mantener el orden. Yo no podía hacer nada, sólo esperar a que la muerte de mis compañeros me hiciera aparecer en la primera fila. El olor de la sangre llegó acompañado de gritos desgarradores. Un hombre abandonó la formación y le metió a un catafracto su daga en el costado. Otro catafracto intentó abrirse camino en nuestra formación, pero las lanzas lo detuvieron, y los hombres que tenía a los lados le apuñalaron hasta la muerte. Desgastados, se replegaron para volver a atacar al poco rato, pero nos concedieron un suspiro. Los nuestros gritaban de alegría, mientras nuestros arqueros lograron dar con varios de ellos en tierra. Todo estaba lleno de cadáveres, miembros mutilados, escudos perdidos, monturas muertas o heridas y moribundos que se arrastraban por el suelo. Unos hombres se sentaron a descansar y a arreglar sus armas o afilar sus espadas, así como vendar sus heridas. Otros, iban en ayuda de nuestros heridos, o a rematar a los más graves. Nosotros nos sentamos a descansar y nos fuimos pasando una bota con agua. Estábamos prácticamente ilesos, pues no habíamos entrado en batalla. Ingold pasó a nuestro lado, y nos miró un momento, como para asegurarse de que estábamos todos. Luego, sin decir palabra, siguió caminando.

Por el flanco derecho, las cosas habían ido genial. Las descargas de flechas de los nuestros habían acabado con gran parte de los aurigas, que se habían chocado con otras, y así hasta que pudieron llegar a nosotros menos de un tercio de los efectivos iniciales, con los que no fue muy difícil acabar. El flanco izquierdo enemigo estaba destruido, y el capitán Brelion envió hombres al centro, con motivo de pedir órdenes al capitán Faramir.

El centro estaba bastante reñido, y habían caído decenas de hombres de ambos bandos sin que nada pareciera estar decidido. Las flechas llovían de todas partes, y ninguno de los dos ejércitos lograba hacer una brecha en la línea enemiga. El capitán Faramir estaba bastante nervioso, pero la noticia de que el flanco derecho estaba ganado le animó un poco. Ordenó que Brelion se lanzara contra el centro por un lado, y aunque no lograron acabar con el centro enemigo, al menos lograron que se replegaran.

Los oficiales volvieron a reunirse. Thréomil estaba cansado, y su bandera tenía manchas de sangre y agujeros de flecha, Ingold estaba cubierto de sangre, aunque ninguna era suya, Brelion tenía una herida de flecha en un brazo, y Faramir estaba cansado y muy nervioso. Había pasado mucho tiempo, el sol ya estaba alto, y aún quedaba mucha batalla por librar. Enviaron un mensajero a Osgiliath para ver cómo iban las cosas por allí, y decidieron que Ingold aguantaría en su puesto, y Faramir, mientras que Brelion se lanzaba sobre el centro enemigo, así hasta lograr destruirlo, y en el caso de que se replegaran, se les seguiría acosando. Así pues, cada uno volvió a su puesto. Apartamos a los heridos y les pusimos en la retaguardia. Después, nos colocamos en formación. No mucho después, la caballería volvió sobre nosotros.
Esta vez no nos rodearon, sino que se lanzaron brutalmente sobre la vanguardia. El choque fue terrible. Muchos jinetes fueron derribados, pero los nuestros fueron literalmente arrollados y pisoteados. Unos comenzaron a gritar, otros, presas de la rabia, se abalanzaron espada en mano sobre la caballería enemiga, y en medio, Ingold gritando, tratando de evitar lo inevitable: la formación se vino abajo. Pasamos de luchar hombro con hombro a batirnos desconfiadamente por nuestras vidas. Un caballo me empujó y caí rodando. Me levanté magullado. No iba a vivir mucho más tiempo así, de modo que comencé a buscar algún compañero al que unirme. Al poco, encontré a Mablung, disparando desde un pequeño montículo. Allí me dirigí. Pronto se nos unieron más hombres, entre los que estaban, naturalmente, los del grupo. Formamos un pequeño escuadrón compacto que resistía bien al enemigo. Nos comandó Mablung, pues al oficial que se puso a nuestro mando le dejaron aviado en la primera carga. Heridos y cubiertos de sangre, vimos al resto de nuestros compañeros retroceder, de modo que una vez más quedábamos abandonados a nuestra suerte, pero pocos fueron los jinetes que cargaron contra nosotros, pues se preocupaba más de terminar con los restos de nuestro maltrecho flanco. Cuando los pocos supervivientes enemigos que cargaron contra nosotros se replegaron, el fragor de la batalla estaba lejos. Ya no pintábamos nada, así que nos sentamos a descansar. Lo cierto es que éramos bastante buenos, sin duda gracias a Ingold.

Yo tenía una herida en el pecho que me dejaría una cicatriz, pero no mucho más. A mi lado estaba Beleg, en el suelo, atravesado de parte a parte, y a Mablung le colgaba un cacho de la carne de la sien. Rimmon y Grem retiraban los cadáveres de otros soldados, e Ïliath pedía a gritos un poco de agua. Decidimos ir al centro, donde la batalla parecía haber acabado.

Nos acercamos al puesto de mando. El enemigo había sido derrotado, y los nuestros se dedicaban a curar a los heridos. Faramir gritaba con brelion, mientras que Thréomil daba órdenes a diestro y siniestro sin soltar su estandarte. El músico estaba en el suelo, con varias flechas en el cuerpo, sin que nadie se preocupara por él.

Faramir no dudó en recibirnos. La noticia de que nuestro flanco estaba en apuros no pareció contentarle, y mandó un destacamento a reforzarnos. -¿Cómo te llamas?- me preguntó.

-Damrod, señor-contesté. Faramir guardó aquel nombre en su mente. Tendría mi edad, puede que menos, y ya era capitán. –Damrod- me dijo, -tengo un encargo para ti. Me informan de que la decimotercera ha caído. El capitán Daremir está muerto o desaparecido, y Osgiliath está casi en manos de los orcos. Tu misión consiste en ir a la ciudad corriendo y hacer un informe de la situación, porque las cosas están bastante confusas. Yo voy a echar una mano a Ingold y en menos de dos horas estaré en la ciudad.

-Sí, señor- respondí. Acto seguido, eché a correr con las pocas fuerzas que me quedaban a Osgiliath. La ciudad era un completo caos. Un humo negro procedente de varios incendios lo cubría todo. Los soldados heridos se replegaban ya a los exteriores, y los moribundos se arrastraban suplicando que no los dejasen allí. No muy lejos se oían combates. –Soldado- le dije a un lancero que pasaba corriendo, sangrando del brazo -¿Cuántos hombres quedan y dónde está el capitán?

-El capitán se fue a intentar una última ofensiva con varios hombres y aún no ha vuelto. Hombres quedan pocos, puede que no llegue al centenar, y la mayoría estamos heridos. Osgiliath está perdida. ¿Dónde está Faramir? -Faramir viene de camino, ha ganado la batalla. Pero debemos resistir un poco más.

-No podemos- respondió el jadeante lancero- los hombres están desperdigados por la ciudad, no podemos reunirlos. El soldado siguió su camino, y yo me quedé quieto, destrozado, pensativo. Osgiliath perdida. Después de tantos años, de tantas luchas, Osgiliath estaba perdida. Me costaba creerlo. Una enorme piedra se estrelló contra un edificio de mi calle, que se derrumbó con un estruendo ensordecedor, me sacó de mis pensamientos. Los gritos volvieron a mis oídos. Tenía que avisar a Faramir.
Corrí todo lo rápido que me permitieron mis piernas, pese al cansancio. Al final me rendí, no podía más, no tuve más remedio que ir caminando, y las piernas me pesaban. Entonces, vi acercarse una polvareda.

Corrí hacia ella. No me fue difícil encontrar al capitán Faramir, que ordenó que me dieran agua. –Señor- dije- Osgiliath está perdida. Daremir está prácticamente muerto, y apenas sí queda un centenar de hombres heridos, desperdigados por la ciudad. Dudo que aguanten hasta que lleguemos.
Faramir estuvo en silencio unos segundos, para asimilarlo. –Mierda- susurró. -¡Paso ligero! ¡Paso ligero!- gritó. Los oficiales repitieron la orden. –Muy bien, Damrod. Me has servido bien, y serás recompensado. Vuelve con los tuyos.
En ese momento, supe que me había ganado el afecto del capitán Faramir. Lo que no sabía era que más adelante aquello desembocaría en una fuerte amistad.

Osgiliath se perdió, pues cuando llegamos ya estaba tomada. Faramir tuvo que enfrentarse con su padre, el senescal, que lo humilló y lo retiró del cargo, devolviéndolo al servicio de Madril, como montaraz. Las tropas que atacaban Harad tuvieron que retirarse poco después debido a la inseguridad de su retaguardia por la perdida de Osgiliath. Comenzaban tiempos difíciles para Gondor. Yo y mis compañeros seguimos al mando de Ingold, que junto con la cuarta compañía se disponía a participar en el asedio que debía devolvernos la ciudad, asedio que se realizó con varias guarniciones al mando del general Boromir. Pero eso es otra historia. Hasta aquí, el relato de mi vida.

Damrod


Comentarios  
Galadhrim
#1 Galadhrim 11-10-2011 12:45
De nuevo un buenísimo relato Rodri, fácil de leer y suspense total. :D Espero ansioso la siguiente parte.
Rodri_faramir
#2 Rodri_faramir 11-10-2011 15:38
la tendras, ya stoy trabajando en ella. espero que tambien os guste :lol:
guille galadhrim
#3 guille galadhrim 14-12-2011 11:15
increible :P :P :D
del norte
#4 del norte 01-01-2012 09:39
muy adictiva un saludo
Galadhrim
#5 Galadhrim 22-08-2012 09:41
Y en breves días la cuarta parte ;-)

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