Recuerdo cuando mis padres me enviaron a Gondor en una carreta mercantil. Grande fue mi sorpresa al saber que viviría con un viejo soldado y lo imaginé como un cascarrabias medio sordo aunque como siempre mi imaginación estaba equívoca. Tarde veinte días en llegar hasta Minas Tirith, cuando vos sabrá que tan solo diez días tardaría un jinete a ritmo apresurado y dos más sin prisas, aquel comerciante con el que viajaba o no tenía prisa o era el hombre al que le agotaban los viajes pues estábamos haciendo paradas continuamente. Si me lo permitís os diré como era aquel comerciante puesto que también participa en la historia que cuento a vos, a pesar de que siempre llevaba un abrigo sin botones pero atado a la altura de la cintura por una cuerda y la cara cubierta, yo le veía el rostro a menudo y debo decir que era bastante interesante; tenía una cicatriz en el lado izquierdo de la cara, otra en la parte superior de la frente derecha y una más pequeña debajo de la oreja. El resto del cuerpo no se lo logré ver hasta mas tarde pero no adelantaré nada que no deba decir por el momento.
Aquel hombre no me hablaba mucho ni falta que hacía puesto que yo tampoco necesitaba hablar, ¿Sabe vos que ocurría? Dado de que me despertaron al alba y me subieron a la carreta no estaba encantado de irme de casa y lo menos que quería hacer era hablar con un desconocido pero pensando ahora que soy más maduro debí haberlo hecho, perdón me voy por las ramas y no es momento para hacerlo ahora continuo mas o menos donde empezó la historia de verdad, mas o menos empezó el decimonoveno día de viaje.
Fue un día en el que no paró de llover y hacia muchas ráfagas de viento muy fuertes y ya habíamos entrado en la tierra de Gondor y bastante cerca estábamos ya de Minas Tirith “Al fin” pensé yo ya que ver como un caracol adelantaba a la carreta era desesperante. Aunque el día era malo podía empeorar tal y como vi después de mediodía.
Estábamos en el camino cuando en mitad de él se hallaba el cuerpo de una persona. El comerciante me dijo:
-Ve y mira como está.
Al oír eso lo primero que se me pasó fue “!a la porra! yo no voy allí ni aunque me fuera la vida”. Sin embargo me miró con sus ojos fríos y negros y yo obedecí, cogí una rama que había allí y empecé a pinchar el cuerpo. Animado por eso, empecé a pinchar más fuerte y, mientras le iba a dar muy fuerte con la rama, el cuerpo se levantó y me agarró los brazos:
-Maldito niño.- me dijo ante mi asombro.
Dos hombres salieron de cada lado del camino y un tercero se puso sobre la roca con arco en mano.
-Dadnos lo que tengáis en el carro o moriréis. – dijo uno de ellos
Esto fue para mí demasiado y estuve a punto de orinarme encima cuando, sin sospecharlo siquiera, el comerciante se levantó y, mirando a los asaltadores, sonrió.
-Por orden de su majestad Cirion, Senescal de Gondor quedáis apresados. Vivos o muertos como gusten.
Los asaltantes rieron y el que me tenía cogido dijo:
-Matar a ese necio.
Los dos hombres que estaban junto a la carretilla dieron unos pasos para coger al que me había acompañado durante el viaje cuando este en medio de un gran rayo en la lejanía y de un nuevo azote de lluvia se quito el abrigo revelando que llevaba un coleto de piel gruesa con el árbol blanco en el pecho, una espada en a la izquierda del cinto y una daga curvada en la derecha. Saltando del carro desenvainó ambas armas y al aterrizar se lanzó al que tenía a la derecha, con la diestra lanzó una estocada la cual fue parada por el bandido pero con la siniestra remato la faena y la insertó en pleno pecho del oponente su daga. El de la izquierda no perdió tiempo y cargo con la lanza que llevaba, desviando con la siniestra el ataque de la lanza rival -si se le podía llamar lanza claro está ya que no era un palo pelado y recto si no una rama mas o menos recta a la que le había incrustado la punta- y con la diestra le degolló el cuello. Al ver que había matado a sus dos compañeros el bandido del arco apuntó y disparó contra su asesino, aunque los vientos tan fuertes desviaron el disparo, haciendo un arco con la daga hacia atrás la lanzó con el arquero clavándoselo en el brazo y haciéndolo huir. Yo ante mi asombro me quede de piedra y mi captor me liberó y salió corriendo a través del camino. No quedó allí la cosa y cogiendo un arco y una flecha de la carreta y apuntando soltó la cuerda y la flecha salió lanzada, el viento que soplaba del oeste hizo que la flecha se desviara de su objetivo. Ante tanta acción no pude mantenerme en pie y me desmayé pobre yo por aquel entonces pues si hubiera vivido antes lo que viviría después eso apenas me habría sorprendido.
Me desperté al día siguiente en una habitación, estaba sobre una cama y la habitación apenas tenía una mesa donde comer y unas cuántas velas para iluminarla de noche. Me levanté sin saber donde estaba aunque no tardé en pensar “Esto debe de ser Minas Tirith”. Llegué hasta la mesa donde había un libro con la tapadera bastante sucia y en la parte superior había unos grabados élficos. Con mi gran curiosidad lo abrí y cada página estaba totalmente blanca o al menos eso me pareció porque momentos después una voz me decía:
-Deja el libro en la mesa.
Me di la vuelta corriendo y vi que era el comerciante.
¿Tu... quién eres?.- pregunte tímidamente.
-Soy el dueño de esta casa, bienvenido a Minas Tirith, mas concretamente a mi casa. Ahora disculpad pero os diré vuestras obligaciones a pesar de que acabáis de llegar. “Mis obligaciones...” pensé, no me malinterprete vuestra merced pues yo era un poco flojo en cuanto a obligaciones y supongo que sigo siéndolo pero como a todo joven las obligaciones eran lo peor que teníamos que hacer. Vaya otra vez vuelvo a hablar un poco de mí cuando debería contaros la historia.
-¿Cuáles son?- dije con desanimo.
-Para empezar deberás ir al panadero a comprar pan y después al pozo del primer nivel a por agua eso por ahora. Ve a la puerta y lleva esta carta a un mensajero con el que he quedado allí lleva un sombrero azul y esta justo en las puertas con su caballo.
-De acuerdo- dije con resignación
Salí por la puerta y me encontré casi en plena calle frente a la muralla, a mi derecha había un gran portón y a mi izquierda un poco mas lejos una gran piedra recortada cual se alargaba hasta la cima de la ciudad. Me encaminé hasta la puerta y vi que la casa donde iba a vivir se hallaba en el segundo nivel de la ciudad. Bajé hasta el primer nivel y cogí la calle principal de la ciudad hasta la plaza que había detrás de las puertas, las casas como observé eran bastantes antiguas, el suelo estaba perfectamente empedrado y apenas había grietas, la gente iba de aquí allá y guerreros de la ciudad vigilaban sobre sus puestos.
En el centro estaba la estatua de un hombre a caballo “Será un antiguo rey” pensé yo y me acerque a ver lo que ponía a los pies del caballo “Al querido Rey Ostoher, el Comandante del Este” ese título me extraño en un principio pues por lo que yo sabía, pobre de mí y mi ignorancia por aquel tiempo, Mordor era el este y empecé a pensar cosas malas de un Rey tan bueno que debería ser delito.
Me acerqué a las puertas y no había nadie. Salí de la ciudad para ver que había fuera y me encontré a un guerrero con armadura de Gondor puesta, espada en vaina, caballo en la izquierda y sombrero azul sobre la cabeza.
-¿Eres tú el mensajero?- pregunté
-¿Mensajero? Si supongo que lo soy... - pareció como si no hablara conmigo al decir esa frase- Dame la carta chico que te ha dado el señor.
Le di la carta sin confiar mucho en él pero como llevaba el sombrero azul las dudas desaparecieron.
-Bien vuelve a la casa has cumplido.
Aquello ni me confortó ni me desalentó y simplemente volví a la casa donde el soldado me siguió diciendo las tareas que tendría que cumplir.
Llevaba una semana en la ciudad y no conocía a casi nadie. Aquel soldado me hacía limpiar la casa y todas las tareas las hacía yo mientras que la persona que me había acogido en su casa pasaba mucho tiempo fuera. No me había dicho ni siquiera su nombre y tenía que llamarlo señor, no me gustaba eso pero a unos cuantos días me acostumbre.
Al octavo día que llevaba en Minas Tirith arto de hacer las tareas decidí seguir al soldado a ver que hacía. Le seguí por todas Minas Tirith y sin embargo pareció que nunca se hubiera enterado de que le estaba siguiendo, cuando me iba a dar por vencido llegó a un callejón sin salida que llevaba a una casa, la cual tenía aspecto muy degradado con grietas y alguna que otra marca en la puerta. No entró en la destrozada casa si no que se quedo delante de ella como si estuviera esperando algo o alguien, se escuchó un crujido, la puerta se estaba abriendo y un hombre salió de ella asomé entonces la cabeza y vi al mensajero que ocho días antes le había dado la carta.
-Hola caracortada.-dijo el mensajero con un tono agradable, como si fueran amigos -¿Esta todo listo?- dijo el soldado.
-Sí, contamos con trece hombres pero necesitaremos más.
-No es problema si entregaste la carta.
-Tranquilo la entregué pero me aburría y la leí.
-No importa.
-¿Traerás al chico o lo dejarás aquí?
-Le preguntaré si quiere venir.- dijo mientras se giraba
El señor se marchaba y dejaba al hombre del sombrero azul, casi nunca le vi sin él después. Yo me escondí detrás de un barril y al poco oí pasos, aquel extraño hombre de sombrero cantoso se iba de lo que parecía ser a simple vista su casa. Paso al lado mía y no se dio cuenta, estaría pensando en otra cosa me imagine.
Me puse enfrente de aquella casa y apenas me resistí, mi curiosidad me pudo y intente abrir la puerta, estaba abierta y entre. Al entrar pude ver una habitación poco mejor que la fachada, una mesa un poco maltrecha en la que sobre ella había un libro abierto por un tomo, “Como hacer el conejo con verduras” era el nombre del tomo.
Me fijé que en la casa había espadas y escudos como adornos y en una estantería un cuerno blanco con los bordes azulados como las aguas lo adornaban. Subí por las maltrechas escaleras hacía el piso de arriba y la verdad, aquella casa no distaba mucho de la mi amo, las habitaciones eran parecidas y la decoración era solamente en lo que distaban entre ellas. Estuve rebuscando en la casa lleno de curiosidad, encontré más libros de cocina y un pergamino titulado: “La posada del caminante”. La casa me pareció que tenía trastos de alguna aventura que pudiese vivir aquel ocupante de sombrero azul. Subí a la alcoba y vi dos cofres, lógicamente hice lo que cualquiera hubiera hecho, abrirlos y vi que uno llevaba cotas de malla y otro espadas. Fue cuando escuché que la puerta se abría. Baje como pude las escaleras de la alcoba silenciosamente e intentaba no hacer ruido, pero la persona que había entrado se acercaba a donde yo estaba y en el pasillo no había ningún lugar al que huir.
-Volvemos a vernos.- dijo el mensajero sorprendido.
En ese momento no dije nada y el hombre mirándome me dijo:
-¿Quieres venir a un viaje?
-¿Qué viaje?- pregunté un poco asustado.
-Vamos a ir al sur, a Harondor.
-¿A qué váis tan lejos?
-Que te lo explique tu amo.
Al final ni pregunté sobre el viaje ni él me dijo nada. El mensajero desapareció y durante una semana apenas vi al señor de la casa, mientras hacia las tareas que me había impuesto.
Después de cuatro días sin que no hubiera pasado nada, me dio por salir a la calle a ver a los nobles que pasasen por la calle y me senté en el escalón de la puerta de la casa levante la vista y vi sobre la muralla, mirándome por cierto, a un elfo. Tenía la piel muy blanca, sus ojos azules eran muy claros y parecía como si me escudriñaran desde lo alto. Pronto tuve que taparme pues que alguien tuviera tanta atención en mí me molestaba bastante, entré en la casa y me puse a mirar a través de los agujeros de la casa, que no eran pocos, y sin embargo siempre estaba mirando donde yo estaba, y, ante ésta habilidad para saber donde yo estaba tuve que desistir en mi intento por devolverle la atención. Inquieto me puse a comer todo el pan que había comprado aquel día y cociné algo para comer. Me sorprendo todavía cuando al recordar este momento no sabía cocinar antes de llegar a Gondor y sin embargo a los pocos días debido a que mi señor no estaba mucho en casa y llevado por mi sentimiento de sobrevivir cociné como había visto a mi madre hacerlo en el hogar, y, lo cierto es, que no lo hacía mal tras unos días.
Volviendo a la historia que nos incumbe estaba cocinando cuando de pronto escuché que alguien tocaba la puerta. Sigilosamente, todo lo que pude por supuesto, me acerqué a la puerta y miré por un diminuto agujero que había.
-Ábreme la puerta, sé que estas cocinando y tengo hambre. No te preocupes conozco el soldado que vive aquí.- sonó la voz al otro lado de la puerta con un tono amistoso.
-¿Cómo puedo estar seguro?- pregunté con firmeza.
-¡Que Mandos me acoja ahora si no es cierto!.- grito el elfo con un tono firme y orgulloso.
Estuve un par de momentos dudando si abrirlo o no pero siempre había oído que los elfos eran seres buenos y honestos, al menos siempre de mis padres, y al final le abrí la puerta.
-Veo que estás preparando conejo.- dijo el elfo mientras pasaba dentro de la casa. -Sí aunque no sé como lo puedes haber adivinado.
-Los elfos tenemos los sentidos muy desarrollados además se olía desde la calle. Solo hay para uno, no importa me prepararé yo algo – dijo al acercarse al fuego- suerte haber traído unas hierbas de Lórien. Dime dónde esta el resto del conejo.
-En la despensa de esa pared hay unos trapos con carne de conejo.
El elfo con rapidez se acercó a la despensa que le indiqué y sacó un trapo manchado en sangre que contenía la carne y cogiendo una cazuela que estaba colgando de la pared la puso junto con la comida que estaba haciendo en el fuego y empezó a preparar su propio plato.
-¿Cómo os llamáis señor?- pregunté
-Keren Kerelion.
Aquel nombre me vino muy bien cuando fui al norte al valle escondido de Imladris pues ése nombre me llevo hasta él en la ciudad y en otras tantas ocasiones en las que me ayudó el elfo que se encontraba ante mí.
Apenas pasó diez minutos cuando sonó unos golpes en la puerta.
-Abre al que llama es amigo.- dijo el elfo.
Me acerqué a la puerta con dudas pero al final confíe en el invitado y abrí la puerta. Un robusto hombre me empujó contra la pared gritando:
- ¡Viva Rohan! ¡Viva Eorl el joven! Y ahora, ¿Dónde está él?.
- Tranquilízate amigo, él no esta aquí y me imagino que no tardara.
-Veo que no llegamos tarde.- sonó desde la puerta.
Me di la vuelta y había dos hombres uno era el mensajero y detrás suyo había otra persona que no había visto nunca. Aun recuerdo sus rostros, el primero como habrá adivinado vuestra merced era un hombre del recién fundado reino de Rohan. Tenía una buena barba rojiza, una cicatriz muy parecida a la del señor de la casa pero era curvada y se hallaba en el lado derecho, tenía una cojera y ceñía una armadura de placas con un escudo atado al cinto con un caballo grabado. El hombre que había detrás del mensajero tenía un coleto de cuero con arco a la espalda, junto a su carcaj, y sorprendentemente no tenía ninguna marca en la cara, ojos marrones y pelo castaño claro.
No se como paso todo pero acabaron los cuatro cantando canciones de viejas batallas contra orientales y cantares de gesta de Eorl o del rey de Gondor o de Gil-Galad, esto a su modo, alegraba el ambiente de la ciudad pues apenas se veía a músicos en las calles o se hacían obras de teatro.
Nunca vi a un elfo estar tan borracho como aquella noche, terminaron con toda la cerveza que el rohirrim llevaba consigo y con la que había en la casa también con la hierba de fumar que tenía el elfo. A medianoche el elfo parecía ver doble y no caminaba recta y erguido, el rohirrim echaba espuma de cerveza por la boca, el más joven de todos estaba fumando y un comentario me hacía dudar de si estaba bien:
-Estas hierbas... veo visiones...
Tan sólo el mensajero se mantenía con cierto sentido. Para cuando llegó el soldado tan sólo se encontró con cuatro borrachos acostados en sillas o sobre la mesa y a mí dormido en mi cuarto, lo sé porque cuando vino a ver si dormía me despertó y eché una ojeada a los invitados.
Al día siguiente cuando bajé de mi habitación me encontré al soldado y a los invitados sentados alrededor de la mesa desayunando.
-Chico ven toma aquí tienes tu desayuno- dijo el señor de la casa mirando a una esquina de la mesa.
Fui hasta la mesa y cogí una silla, me senté y, mientras me tomaba el desayuno más rico que había tomado en todo aquel tiempo en Minas Tirith, escuchaba la conversación que mantenían los invitados y el soldado.
-Veinte hombres esperan en Glamorgath y diez más en Harmindon.- dijo el mensajero. -¿Serán suficientes hombres?- preguntó el eorlinga.
-Es posible, no podemos estar seguros del todo.- respondió mi amo.
-En cualquier caso nuestros hombres son guerreros experimentados.- dijo tranquilamente el del sombrero – Podríamos conseguir diez mas en Pelargir.
-No tendríamos tiempo de llegar hasta la carretera de Amrûn. – respondió el soldado. Yo entonces estaba con las orejas abiertas intentando no perder ninguna palabra cuando tocaron a la puerta.
-Mis señores... - sonó una voz- los caballos están listos.
-Bueno va siendo hora de empezar el viaje.- Dijo el rohirim
-Chico coge lo que quieras te vendrás con nosotros. –dijo el señor
Yo consentí con la cabeza y subí a coger unas ropas. Al bajar Kerelion me esperaba.
-Vamos están en las puertas esperándonos.
Fui con Kerelion hasta las puertas donde monté en otra carreta bastante pequeña y ligera. Kerelion y el mensajero estaban al mando del carro.
-Chico bébete esto, te dormirás y cuando despiertes estaremos en Glamorgath.
No supe si rechazársela o no pero confiando en el elfo la bebí y dije:
-No tengo ganas de dormir al tomar esto.
-Tranquilo dentro de unos minutos no te mantendrás en pie.- dijo el elfo mostrándome una sonrisa.
-Bueno mientras tanto te quiero preguntar una cosa. ¿Por qué el Rey Ostoher tiene el título “Comandante del Este”? ¿No se supone que el este es dónde habitan las criaturas malvadas?
En aquel momento no me di cuenta pero si llegase a preguntarle eso a un gondoriano es posible que me hubieran dado unos azotes y por suerte fue a Kerelion quién comprensivo de mi incultura me respondió:
-Ostoher fue un rey gondoriano que combatió contra los orientales, construyó el Noeg Elchor y reconstruyó Minas Tirith además de que...
La última parte no la escuché bien. Mi cabeza se hecho al suelo y mis ojos se cerraron quedando, como dijo el elfo que haría, dormido.
Estaba de noche cuando desperté. Salí deprisa del carro y una gran torre se alzaba ante mí.
-Es la torre de Glamorgath- dijo una voz a mi espalda.
Me giré nada mas escucharla y vi al soldado entre las sombras observándome.
-¿Faltaría mucho para llegar a Harondor?- pregunté
El soldado miró hacia el sur y señaló un río no muy lejano.
-Es el río Poros. A partir de allí empieza Harondor.
Miré el río, estaba oscuro, tranquilo y con no mucho agua aunque era cruzable mediante un puente.
-Prepárate nos vamos ya. Por cierto no confíes demasiado en lo que te dé el elfo. Solté un suspiro y me encogí de hombros, acababa de despertarme y ya teníamos que irnos. Volví a subirme a la carreta esperando y a no poco tardar Kerelion y el gondoriano de sombrero azul se subieron también.
-Me doy cuenta de que no se como os llamáis.-dije curioso
-Nakels es mi nombre- dijo sin girarse
No buenos recuerdos tengo de aquel viaje nocturno. El camino estaba lleno de baches y escollos, más de un golpe me di en la cabeza y sin embargo el paisaje no lo apreciaba bien. A medida que íbamos al sur se veían cada vez menos árboles y el elfo parecía deprimido por aquel paraje que parecía inhóspito, vacío y salvaje.
Llegamos a Harmindon apenas un día después de partir desde Glamorgath. Allí se presentó el capitán del puesto fronterizo un tal Caethor mataharadrim. Este apodo le venía de sus efectivas incursiones al otro lado del Harnen contra las tribus haradrims.
Era bastante alto y robusto sin una marca en la cara, lo que demostraba que su reputación de gran espadachín.
Los siguientes días los pase en la fortaleza sin hacer prácticamente nada excepto bañarme en el río y pescar, tan sólo transcurrido poco tiempo nos preparamos para marcharnos de nuevo sin embargo con algunas nuevas e inesperadas incorporaciones.
El capitán Caethor junto con una compañía formada por treinta valerosos y experimentados hombres nos iban acompañar, quizás aburridos de la tranquilidad que reinaba desde hace meses en esos parajes. En cualquier caso éramos ya sesenta hombres y cabalgábamos por tierras hostiles en mitad del desierto por la carretera de Harad.
Si quiere le describiré aquella tierra vacía y aparentemente carente de vida. A excepción por el camino que estaba marcado por piedra y tierra dura, el resto eran dunas y dunas, como un océano dónde lo único que lo diferenciaba de tal era que, prácticamente, no había gota alguna en esas tierras. Por ello llevamos con nosotros barriles con agua, suficientes para los caballos y para nosotros.
Recuerdo lo que aconteció después bastante bien pero empezaré por el principio cuando llegamos al cruce del camino de Harad y la Carretera de Amrûn. Habíamos llegado a un cruce entre dichos camino y nos habíamos ocultado entre las dunas que rodeaban dicho crucé escondiéndonos de la población local. Al sureste se distinguía una ciudad intrigado quise saber cuál era por lo que acercándome al soldado, a quién mi cuidado había sido encomendado, le pregunté.
-Es Abrakân, la ciudad de los comerciantes del sur y hace competencia con las otras de la Tierra Media, ni siquiera los mercados de Gondor pueden con ella y sus dirigentes son de los más ricos que pueden encontrarse.
-¿No vamos a ir allí?
-Haría falta estar loco para ir a una ciudad sureña. Algún día te contaré la historia de la enemistad con Gondor que tienen los haradrims.
-¿Qué hacemos aquí señor? Estamos escondidos como bandidos y veo que parece que tenderemos una emboscada.- dije muy seguro
El soldado me miró con cara de sorprendido. Pienso que me creía bastante más tonto de lo que era y no digo que no siga siéndolo pero... bueno espero que me entendais
-¿Y entonces a quién vais a emboscar?-pregunté impaciente.
-Ya lo verás en su momento. Hay está la carreta, escóndete chico.
Por el camino apareció una carreta lujosa y grande, rodeada de hombres a caballo y a pie. “¿Serán doscientos hombres?” me pregunté a mi mismo mientras veía acercarse aquel pequeño ejército y miré a mi alrededor. Todos estaban con arco en mano apuntando a la escolta. En ese momento avancé un poco para asomarme y ver a los futuros emboscados cuando, sin previo aviso, el soldado me cogió por la camisa y me tiró hacia atrás haciéndome rodar por la duna hasta el fondo. Estuve a punto de gritar para quejarme pero mi sentido común lo evito, si gritaba descubrirían la emboscada y las cosas saldrían mal.
Empecé a caminar hacia la cima de la duna cuando escuché un ruido seco de cuerda. La emboscada había empezado y observaba al soldado y a los que estaban a su lado como disparaban flechas sin parar y escuché gritos. Empecé a correr duna arriba y para cuando llegué a la cima la mayoría de los arqueros descendían espada en mano para rematar a los supervivientes. Imitándoles baje la duna, antes de bajar del todo habían acabado con todos la escolta aunque el soldado parecía preocupado y le estaba hablando a Caethor.
-Corre Caethor coge el carro y vámonos de aquí ¡Rápido!
-Yo también he visto como huía esa rata sureña. Tardara veinte minutos a esa velocidad en llegar a la ciudad pero ¿Mejor darse prisa no?- dijo despreocupado
Un soldado al verme me montó en el carro y un momento después estábamos poniéndonos en marcha hacia el norte.
En el interior del carro había una espada en un cojín. Curva, afilada y con muescas como si fueran la cuenta de los muertos causados por aquella arma.
No sé en qué parte del camino de Harad paramos tan solo escuché a un soldado que había ido por delante informar a Caethor.
-Mi señor, incursores y infantería haradrim más adelante.
-¿Cuántos son?
-Decenas los jinetes y cientos la infantería enemiga.
-Bien, comunícale al elfo que cambiamos de rumbo, iremos al noroeste.
Mientras decía esto la carreta giro bruscamente y yo me di un golpe en la cabeza y a mi alrededor los caballos daban lo mejor de sí y, yo, miré por una rendija en la parte trasera de la carreta, una nube de humo nos seguía a lo lejos.
Fue un milagro que la carreta en la que iba no cayera por los desniveles del desierto pero, por suerte, llegamos a una zona llana y empezamos a ir más despacio. Cuando se detuvo la carreta Kerelion me abrió y yo salí de un salto, un poco mareado por la agitada travesía, para ver que estaba en el interior de un fuerte de madera. La madera estaba seca y había dos o tres tiendas de lona hechas jirones con algunos barriles de provisiones casi vacíos.
-¿Qué es este lugar? – pregunté
-Ojalá lo supiera pero no estamos lejos de Harmindon. – respondió el elfo -Este era antiguamente un punto de apoyo para la fortaleza de Harmindon – dijo Caethor mientras se nos acercaba – fue destruido por Umbar cuando Harad se reveló a nuestro poder y yo lo uso tan sólo para descansar y refugiarme tras una incursión. Aquella frase me lo explicó todo, habían robado algo pero los habían descubierto y, ahora en vez de ir directamente a la fortaleza por si les emboscaban habíamos venido a refugiarnos aquí. Me relajé un poco al ver el tono con el que soltaba la frase, despreocupado y tranquilo.
-Oye Kerelion ¿Podrías decirme porque hemos robado una espada?- pregunté -No la llames espada llámala Karahil y es la espada a la que las demás deben lealtad. Y en cuánto a lo de robarla... pregúntale mejor al hombre que te ha acogido en su casa. Asentí con la cabeza, dando a entender que estaba de acuerdo, y busqué al señor de la casa. Estaba apoyado en la pared escribiendo en el libro que había visto semanas antes sobre la mesa.
-Señor, ¿Por qué hemos robado la espada sureña?
El señor cerró el libro, cerró el tarrito de tinta y guardo la pluma, me miró y me contestó:
-La espada Karahil es la espada del héroe mas grande que ha tenido Harad y, nosotros, al robarla, esperamos que haya desobediencia entre los ejércitos haradrim ya que con ella los Señores de Umbar tienen la obediencia de parte del pueblo llano. Es... en cierta manera, su Narsil haradrim.
Yo me quedé pensativo mientras caminaba hacia la sombra de una de las tiendas cuando se escuchó el sonido de un cuerno. Nunca escuché en ningún sitio ese sonido salvo en Harad y todavía lo recuerdo bien, a pesar de tantos años que han transcurrido.
Volviendo a la historia, uno de los vigías de la muralla dio la alarma y cuando llegué a las almenas vi como tres jinetes se acercaban con una bandera blanca.
-Venimos a negociar. – gritó uno de ellos.
Uno de los jinetes me clavó la mirada en mis ojos. Sus ojos eran negros, fríos y le delataban como asesino. Sentí como me traspasaban y, ante tanta atención tuve que apartar la mirada y bajé la muralla un poco nervioso cuando, de repente, el soldado que me acogió días antes se acercó a mí y dijo:
-Ven saldremos Kerelion, Caethor y algunos más, tu serás el testigo de la conversación que mantendremos.
Tragué saliva al oír eso y tan sólo seguí al soldado apunto de darme un ataque de nervios de tener que ver aquellos ojos de cerca.
Las puertas del viejo fuerte se abrieron y yo me encontraba hecho un manojo de nervios. Salimos de la plaza y avanzamos hasta que estuvimos a tiro de los arqueros sureños y justamente enfrente de los que parecían ser los líderes haradrim. Caethor, el soldado, Kerelion y yo éramos los que íbamos a negociar. Pasamos varios momentos examinando a los líderes rivales. El más siniestro de todos, el que me ponía los pelos de punta, vestía con una capa gris tirando a negro, una túnica púrpura le cubría la mayor parte del cuerpo y una trapo le cubría la cara. Los demás vestían de manera parecida. Con ropas negras y rojas y una armadura que le cubría el tronco.
-Tenéis algo que le pertenece a Umbar. –dijo uno de los negociadores.
-En efecto. – afirmó Caethor.
-Exigimos que nos devolváis la espada y a cambio os dejaremos marchar.
Este comentario hizo que el de la capa gris le resplandecieran los ojos maliciosamente. Este resplandor no paso inadvertido para nadie.
-¿Y podemos confiar en este acuerdo? No nos tomen por idiotas sabemos que cuando les demos la espada se acabo todo. –dijo Caethor.
-Tienen mi palabra.
-No creo que eso baste.
-La única ley que puede gobernar a un hombre es la que se impone a sí mismos, frente a esta verdad las cortes de falsos señores no tienen poder alguno. Y yo soy hombre de palabra.
Aquel sureño a pesar de su aspecto salvaje era bastante civilizado y, aparentemente, hablaba con sinceridad.
-Dejadnos esta noche para pensar pero ahora necesitamos a un curandero, uno de los nuestros está herido.- dijo Caethor
-Os daremos un curandero pero a cambio uno de los vuestros vendrá con nosotros como garantía.
-Llevaos al chico.
Esto ya casi me dio un infarto de los nervios pues el sureño inquietante me empezó a mirar como si estuviera viendo cual sería la mejor manera de matarme.
-Esta bien.
Un haradrim vino desde donde descansaba la hueste y cogió las riendas de mi caballo llevándolo lejos del fuerte de madera. En ese momento quise decir algo pero mi cabeza no me respondía y apunto estuve de desmayarme. Un jinete paso a mi lado, era el curandero que iba hacia el fuerte según como habían acordado.
El resto del día lo pase sentado en una silla mientras los caudillos haradrim y el extraño hombre pensaban que hacer conmigo. Desafortunadamente escuché la conversación y entonces me vi muerto.
-¿Por qué no matamos al chico?
-Si, matémoslo o si no amenacemos con matarlo si no dan la espada.
-Dejad al chico en paz, no tienen mas remedio que entregar la espada no saldrán vivos de la fortaleza.
-Calla Adrûn- dijo mientras miraba al caudillo que me pareció, obviamente, mejor persona que los demás-, yo tengo una proposición que hacer. ¿Por qué no interrogamos al chico? Podría darnos información sobre su número de hombres y de sus recursos.- sugirió uno de los presentes.
-Esa misma información nos la podría dar nuestro hombre que hemos enviado.- dijo otro.
- No importa, nosotros los hasharii nos ocuparemos de esto. La espada no pasará en ese fuerte más de esta noche un compañero mío esta cerca del fuerte, camuflado esperando el anochecer para robar entre las sombras la espada. Ahora marchaos todos excepto tu Adrûn.
Todos se marcharon y en la tienda tan solo quedamos el caudillo y el hasharii. -Bien, debo decirte que la negociación que has hecho a sido pésima y blanda. Pero sin embargo mañana empezaremos el ataque al fuerte. No dejaremos a nadie con vida. -No tenemos instrumentos de asedio.
-He visto un árbol seco que podrían usar tus hombres como ariete.
-¿Y las escalas?
-¿Vas a seguir dando pegas al ataque? Mañana atacaremos, quieras o no.
-Aunque puedan escalar la muralla nos causaran muchas bajas. ¿Por qué no esperamos a que vengan los de Abrakân?
-No me importa el número de bajas y ahora deja de decirme que debo o hacer o te mandaré a morir lapidado vivo.- dijo con una voz fría, tranquila y seria.
-Para ti no somos más que marionetas, ¿No es así? Mientras hacemos lo que tú quieras sin quejarnos todo va bien; pero, si gritamos demasiado alto, entonces se nos golpea hasta que volvemos a callar. Es sorprendente que tu corazón y el de tus compañeros de orden al ser tan fríos puedan soportar este calor.
Esta frase fue seguida de un momento muy tenso. Los dos se miraban con una mirada como si estuvieran luchando haber quién podía más. El hasharii antes de apartar la mirada y marcharse de la tienda dijo:
-No me tientes Adrûn, pues saldrías perdiendo.
Aquella noche todo estaba muy tranquilo. Estaba atado con una cadena por la muñeca al brazo del caudillo que parecía llamarse Adrûn. A pesar de que estaba en un sitio hostil, con personas peligrosas y sabiendo que debería estar preocupado porque consiguieran evitar el robo de la Karahil, me dormí solamente al acostarme en unos trapos sobre la arena.
Soñaba que estaba en casa, lejos de Gondor, de las escaramuzas, lejos... bueno mas bien lejos de aquel desierto del que esperaba que sus paisanos al menos me mataran rápido. Estaba metido muy adentro de mis sueños, cuando noté que me golpeaba la cabeza. Abrí los ojos y me vi que había sido arrastrado fuera de la tienda y mi brazo colgaba del caudillo.
-¿Qué pasa?- pregunté medio dormido y como si no corriera peligro alguno.
-Tus amigos... han detectado al hasharii.- decía mientras escudriñaba la oscuridad que rodeaba al fuerte.
Pasaron minutos en silencio absoluto y muchos haradrim se empezaban a acercar para ver que ocurría. Algunos sonidos lejanos de metales chocando, un caballo relinchando y unas puertas de madera que se abrían haciendo un gran crujido, era lo último que se había escuchado. Había pasado un minuto sin que se escuchara nada y todos estábamos expectantes, un caballo pareció correr en la oscuridad y un jinete con venablo lo dirigía.
A pesar de que no se le veía bien su venablo tenía algo redondo clavado un poco mas debajo de la punta, muchos sureños cogieron sus arcos y flechas y apuntaron a aquel jinete que empezaba a venir al galope.
La cara de los haradrim no la olvidare con facilidad. Estaban aterrados, pues son muy supersticiosos y creían que aquel era la muerte el que venía hacia ellos en vez de un guerrero de Gondor, para luego descubrir que era un rohirrim quién, haciendo un arco frente el campamento, lanzaba su venablo a pocos pasos del caudillo que me acompañaba. Clavada en el venablo la cabeza del hasharii todavía tenía la cara cuando, según me contó Kerelion, mi amo le decapitó de un tajo. Aunque dispararon muchas flechas nadie consiguió dar al valiente jinete y este volvió al fuerte de madera.
Las horas que pasaron fueron muy tensas. El hasharii que quedaba estaba furioso y estaba a punto de adelantar su ataque si no llega a ser que los caudillos le aconsejaron que era mejor al amanecer, en vez de en plena noche. A todo esto yo temía que giraran la cabeza y me miraran con intención de pagar a los gondorianos con la misma moneda, pero por suerte Adrûn cambiaba el curso de la discusión cada vez que el hasharii parecía pensar en la muerte de su compañero.
Fue cuando salió el sol, cuando los haradrim estaban listos para atacar el fuerte gondoriano.
Cuando aquel ejército haradrim se puso en marcha contra la pequeña fortaleza temí lo peor, hasta que una lluvia de flechas les recibió en mitad del camino. Muchos haradrim, antes de llegar a los muros, cayeron sin embargo esto no hacía mella en aquellos haradrim, les superaban diez veces en número y estaban acostumbrados a perder amigos en las batallas. Esta era la primera, que no fue la última, batalla que veía y recuerdo bastante bien como fue. Los haradrim escalaban como podían los muros y al llegar a las almenas casi siempre una espada los esperaban para cortarles la cabeza. Parecía que los haradrim nunca conseguirían llegar a las almenas hasta que, entre las filas del enemigo, un ariete se descubrió. Estaba echo con el tronco de un árbol seco que se había encontrado no muy lejos y le habían cortado tan solo las ramas.
Cuando fue descubierto fue demasiado tarde para atacarlo; empezaba a golpear la ruinosa puerta de madera. Se le disparó venablos, flechas y piedras pero siempre por cada caído de los que portaban el ariete dos más ocupaban su puesto.
Durante veinte minutos el ariete golpeó la puerta y, ésta cada vez que era golpeada, un trozo de ella caía. Sentí que el caudillo Adrûn me ponía la mano en el hombro y me decía en voz baja.
-Siento lo de tus amigos.
Finalmente la puerta acabó rota y desde mi posición relativamente segura observaba como los primeros haradrim penetraban por la puerta pero, sin embargo, el resto se quedó mirando hacia dentro de la plaza seguido del estruendoso sonido de un cuerno de rohan. Así empezó una estampida de sureños desde la puerta hasta campo abierto y desde la puerta encabezando una salida al galope, estaba encabezada por Caethor y aquel rohirrim de cojera en una pierna y cicatrices. Aquella imagen me devolvió la esperanza de que pudieran resistir el ataque y, sin embargo, a mí alrededor los caudillos y el hasharii apretaron los puños y subiéndose cada uno a un caballo se lanzaron al combate, exceptuando a Adrûn que se quedó a mi lado. De los cuatro caudillos dos cayeron por las flechas provenientes de las murallas, otro por la espada del eorlinga y el último a manos de Caethor, tan sólo el hasharii llego sano y salvo al combate y detrás de él los haradrim se reagrupaban y volvían al combate. Y, a partir de aquí contaré lo que me dijo Kerelion de cómo se desarrolló el combate contra el hasharii.
Cuando llegó el hasharii a la puerta, este se apeo del caballo y avanzó a pie, dos hombres le atacaron y los mató como si fueran niños, entonces fue mi amo quien se interpuso en su camino. A pesar de su experiencia en apenas un minuto el veterano gondoriano fue desarmado y derribado, hubiera caído allí mismo si el propio Kerelion no hubiera llegado a tiempo. Según él lucharon con movimientos gráciles y rápidos arcos formados por sus espadas, pero a pesar de todo el elfo demostró que su entrenamiento militar en Imladris era muy superior que el de Umbar. Sin cabeza terminó el oscuro sureño y me pareció que el caudillo que estaba a mi lado al ver aquello sonrió. Segundos después hizo sonar un cuerno y las tropas sureñas se fueron retirando. La batalla había terminado.
Dos horas después estaba cabalgando hacia el destrozado portón de la fortaleza acompañado por Adrûn. A nuestro encuentro salieron Kerelion, Caethor y mi amo. Entonces el caudillo habló:
-Veo que hasta vosotros estáis heridos.
Kerelion se adelantó y contestó.
-Si, y todos los demás caudillos, compañeros vuestros, muertos.
-Está bien, dejemos el tema. Os propongo que entreguéis la espada y a cambio os dejaré partir. A, y devolver el curandero y yo haré lo mismo con el muchacho.
El curandero salió del fuerte y yo entré en él. Aquel caudillo se despidió de mí. A la hora siguiente partimos de aquel fuerte. Habíamos devuelto la espada y los haradrim después de que nos marchásemos quemaron la fortaleza de madera.
Tardamos una semana en llegar a Minas Tirith y, casi todos ingresaron en las casas de curación. Tan sólo Kerelion no tenía ninguna herida y ahora me cuidaba mientras el soldado se reponía en las casas que mencioné antes.
Dos días después de mi regreso a Minas Tirith llamaron a la puerta. Al hacerlo vi a una a una mujer que tenía la estatura de una niña y sin embargo parecía algo mayor. A su espalda llevaba una bolsa con una hierba en forma triangular y colgado del hombro un gato de color parecido al naranja.
-¿Es esta la casa? – preguntó.
-Eso depende de la casa que busques señora... - no sabía si llamarla así pues su aspecto me confundía.
Kerelion en ese momento hizo acto de presencia y su cara mostró alegría y sorpresa a la vez.
-Déjala pasar chico. – me dijo el elfo.
La extraña mujercita entró en la casa y empezó a hablar con Kerelion sobre una plantación de hierbas en un lugar llamado Cuaderna del este. Yo, ignorado por completo me dispuse a salir de la casa para dar un paseo.
-Eh, chico ¿Cómo te llamas?- preguntó la invitada.
Me detuve y me di la vuelta.
-Aradan.- respondí.
-Bien Aradan. Creo que tienes muchas aventuras por delante.
-Esperemos que viva para contarlas algún día.- respondí porque en ese momento no me creía lo que decía.
Entonces salí a la calle, como siempre la gente iba de aquí allá ocupada. Yo me encaminé hacia el norte del círculo y subí a las murallas que aparentemente estaban desprotegidas. Miré al este y vi las montañas de Mordor y bajándola un poco una gran torre. Era la torre de Minas Morgul y, como muchos hombres, los pelos de mi cuerpo se pusieron de punta. Bajé mas la vista y vi Ithilien, el Anduin y Osgiliath, los había visto antes de irme hacia Harad pero ahora eran mas oscuros que cuando me fui. Numerosas columnas de humo salían de la rivera oeste y en el Pelennor dos mil hombres iban a la ciudad en ruinas. Entonces miré al norte y a pesar de que no podía verlo, recordé el hogar que dejé obligado semanas atrás, cuando noté que alguien estaba a mi lado. La extraña mujer enana me miraba junto con su gato.
-Señora... ¿Usted es de raza enana... o simplemente es una humana bajita?- pregunté ya que en mi cabeza me recorría esa duda.
-Soy una hobbit y ¿Usted qué es? ¿Un niño que no tiene consideración con sus mayores?- respondió ella mientras su gato enseñaba las garras.
-Lo siento señora...
-Morwen.
-Lo siento señora Morwen.
He de decir que en los tres días siguientes en los que conviví con aquella hobbit me convencí de que era algo borde, casi siempre se cogía una silla y se ponía en una esquina y su gato parecía hacer rondas para que nadie se acercara, más de una vez tuve que huir de él, pues me saltaba a la cara con las uñas y dientes. Me hacía trabajar desde que salía el sol hasta que llegaba la noche y para colmo de males no cocinaba muy bien y no me dejaba cocinar a mí. El único que tuvo suerte fue Kerelion que se marchó casualmente cuando llegó ella, lo que me hacia sospechar que sabía lo que pasaría aquí. Al cuarto día de que llegara la hobbit, volvieron el señor, el montaraz Elegost, el rohirrim Kun y Kerelion. Ni siquiera ellos se libraron de la pequeña hobbit y hasta les hizo fregar el suelo, en cuanto a mí me libré de hacer nada, ya sea porque trabajé mucho antes o porque se olvidó de mí.
No se porque la obedecían, pero le tenían respeto colaboraron de la mejor forma que pudieron.
Cuando se marchó al sexto día dijo:
-Ha sido agradable que os visitára ¿verdad? Aunque debo decir que tenéis la casa muy sucia puede que venga de nuevo tarde o temprano.
-Esperemos que mas tarde que temprano.- dije e inmediatamente Kerelion me pegó un coscorrón.
Cuando llegó el séptimo día los invitados se dispersaron por la ciudad y el soldado con quién vivía se quedó sumergido en un profundo sueño tras la agotadora limpieza de la casa a la que le había sometido la hobbit, cuando alguien llamó a la puerta. Miré primero por las rendijas de la puerta para ver quién era. Era un hombre ataviado con la armadura y ropajes de la guardia de la ciudadela por lo que le abrí sin dudarlo.
-¿Está el señor de la casa?-preguntó.
-Sí, pero está descansando y me a dado instrucciones de que nadie le moleste. -Entonces entrégale esto cuando despierte.- dijo el guardián mientras me depositaba algo en las manos.
Era una carta. El guardián se despidió educadamente y volvió a su puesto. Yo lleno de curiosidad no se me ocurrió otra cosa que abrir la carta y leerla, más o menos decía así:
Cuando terminaba de leerla alguien me pego oro coscorrón, era el soldado quién al verme tan interesado en leer la carta se había acercado silenciosamente para sorprenderme. Cuando me recupere de la sorpresa se me ocurrió decir:
-Llevo con usted semanas y ahora me doy cuenta de que nunca me había dicho su nombre.
-Te lo dijeron tus padres al salir de tu casa, me imagino que no les hiciste caso Aradan.
-Pues te lo pregunto ahora, ¿Cómo te llamas?
-Alatar.
-¿Cómo sabe que en esta carta ponen sus nombres?
-Es lo típico, siempre ponen los nombres de los colaboradores y ahora dame la carta aunque me imagino lo que pone, un poco de alabanza y tal.
-Se nota que no es la primera que recibes
-Podría ser que no fuera la última.